Mire, de lo que escribiré se bastante poco. Es más, sincerándome, casi nada. Más bien nada. Hasta aquí tiene posibilidad de dar vuelta a la página y ocuparse de algo entretenido. Sustancioso. Lúdico. Pegarle con un bastón carísimo a una bolita que se tiene que atinar a un hoyito. Así de simple.
Paseando entre praderas de ensueño perfectamente rasuradas, rodeado de bosques que aminoran la asoleada, acompañado de un individuo que le carga su bolsa de palos y otros adminículos. Perfectamente vestido con ropa holgada, zapatillas especiales y una cachucha de vicerta tridimensional que consigne alguna leyenda que no sea: ai lob tepatitlan (spanglich).
Los que pululan por el ramo amateur pasean chacoteando con sus cuates que compiten por colocar la pelotita donde le dije, aunque casi siempre la atoran en trampas de arena o lagos o charcos artificiales, acompañando el trayecto con bebidas espirituosas de marca reconocida. En el carrito sí acaso posee alguno se puede llevar hielos y hasta una licuadora para producir cocteles.
En la señal de paga se transmiten cantidad de torneos de esos profesionales. Durante todo el año. Femeninas y masculinos disputan cantidades apetecibles y se colocan arriba o debajo de par y terminajos así como muy especializados. Entre los machos, luego explico, sobresalía un tigre. Y supondrá que me volví loco porque pasé de un jueguito mono y me confundí con la tundra.
Ese felino resultaba todo un fenómeno. Hasta hace poco no había aquel mortal que le disputara una victoria. Los que miraban gritaban que era excelso. Su juego rayaba en la perfección. A mi me resultaba un tanto aburrido, quizá por ignorante, y solo corroboraba en la prensa su racha ganadora. Que se extendió por años.
Ganaba entonces casi todos los torneos sin despeinarse. Era el amo indiscutible del golf mundial competitivo. Confieso que nunca lo he practicado. Sí acaso corrí en un campo de ensueño varias veces con el riesgo advertido de que me tocara una bola en la cabezota. Tratando de no estropear la tersura del césped recién cortado siempre.
Cuando padezco de insomnio sintonizo alguno en la pantallita, no importando donde se juegue y sin checar en que hoyo se estacionan, y automáticamente desciendo o me sumerjo en un letargo que conduce al sueño. Todo es tan calmo y perfecto. Hasta la narración que semeja a una prédica carente de sonsonete.
El Tigre, todavía con mayúsculas, ganaba millones. No únicamente pegando buenos y consistentes palazos, luego explico, por doquier. Además vendía todo lo imaginable. Desde calcetines que le ayudaban a posarse firmemente en el grin, término golfístico, que no golfo, hasta lentes que le afinaban la vista para lograr el mejor put, otro vocablo del anteriormente citado.
El negocio se derrumbó aparentemente por una calentura patológica. Al tigre le encantaban todo tipo de felinas a las que se cuchiplanchaba no importando lo que costara ese lance. Así como ganaba gastaba en esa afición sexual en la que nadie reparaba. Es de color serio como Obama y esa diferencia racial le colocaba en una especial vulnerabilidad. Un negro jot para decirlo sumamente corto.
Otro miembro oscuro occidentalizado, domado, que invadía impunemente territorio deportivo de blanquitos que le miraban al principio como de soslayo. Los medios de comunicación que mudan en dioses a los mortales que les dejan plata, ávidos de vender mercancía así pueda resultar baratijas, hasta caca, no era el caso, una vez que se les puso a tiro lo encueraron, mostrando sus partes pudibundas, y le despellejaron hasta casi aniquilarlo. De chou most go.
Los anglosajones, por ejemplo, en el caso de las calenturas juveniles de Clinton al que le gustaba que se le sorbieran la banana, al lado de los archiveros de la oficina Oval, a pesar de la extendida moral calvinista, se opusieron a defenestrarle, aunque le tupieron duro exhibiéndolo aquí y allá. Un lío de muchísimas faldas que se amplifica con fines aviesos. Con tiger (minúscula) no resultaron tan permisivos.
Como corresponde a todo ídolo mediático, sus promotores y maquillistas, le habían construido una imagen de hombre perfecto. Padre de familia ejemplar, que prodigaba mamilas todavía con la resaca del último triunfo, casero, que paseaba al perro por la mañana, le hacía los guafles a su señora blanca, ojo con esta tonalidad y colgaba la ropa con ganchos en el traspatio.
Cuando sus novias de ocasión, incentivadas $$$$$$ por los patrones del espectáculo, ávidos de carroña, contaron sus aficiones, que finalmente eran actividades privadas de un golfo público, el marqués de Sade parecía un cura de parroquia bobito que solo se dedica entre rezo y oración a tocarle sus partes nobles a los infantes del coro.
Perdió además de la mayoría de los torneos cuando regresó, porque había amenazado con retirarse, amigos, patrocinadores, fanáticos, novias potenciales, y el negocio del golf se precipitó en una pendiente donde se dejaron de obtener millones de billetes verdes.
Bajaron tanto la asistencia como la videncia de torneos, a lo mejor, hasta la práctica y el comercio y promoción masiva, aunque es actividad elitista, de todo tipo de bisutería que rodea y envuelve este deporte. ¿Lo será? Hoy Woods anda tratando de regresar triunfante. Era urgente reactivar ese negociazo que se precipitaba al agujero y no del campo golfista.
No ha ganado hasta hoy, uno solo de los 9 torneos este año, y liga, para eso era muy bueno con las féminas, 10 majors sin victoria. Pega cantidades excedidas de bastonazos cuando debería otorgar menos de 70 en cada ronda. Otro felino al que le limaron las garras.