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Archive for 2 de agosto de 2010

La pelea entre Juan Manuel Márquez de menos de cuarenta años y Juan Díaz, un migrante hoy gringo de los muchos que buscan  pan y sal del otro lado, de apenas 26 , celebrada este sábado había generado enorme expectación.

Entre los aficionados a este deporte. Que puede ser no más salvaje que el toreo. Solo que se embisten par de seres humanos,  se supone, en condiciones de igualdad. Para ello se encuentran las autoridades boxísticas que supervisan pesos, experiencia  y calidades de los trompeadores.  

Márquez que ya no se cuece al primer hervor y su contrincante habían protagonizado en el 2009 la calificado como “pelea del año” donde Juan Manuel noqueó al chaval en un intercambio de golpes que aparentemente favorecía a Juan por su fortaleza y juventud. Quién había ganado los primeros cinco rounds y se enfilaba al triunfo antes de que lo dejaran tendido en la lona.

En esta segunda revancha del sabadito alegre, el chaval chicano, advertido desde su esquina y por su entrenador, trató de mantenerse a distancia y boxearlo para evitar la pegada demoledora del “viejito” pero recibió una cátedra que estuvo a punto de mandarlo a la lona en distintos rounds cuando únicamente su aguante y lozanía le mantuvo en pié. Decisión unánime e inobjetable.

Cuando los intereses económicos y del negocio de espectáculo se imponen  se confrontan peleadores de muy disímiles y disparejas capacidades. Y entonces se pone en riesgo la vida de los contendientes. Varias tragedias que incluyen estados de coma y muertes podrían formar parte de este rango de irregularidad. Y otras más.

Hay mucha basura inmersa en este mundo de las trompadas. Tupida de golpes bajos y de faules, sí se permite la metáfora. Las peleas siempre han estado relacionadas con el crimen organizado y el bajo mundo de las apuestas.  Los grandes capos patrocinaban y son aficionados de ringsaid, espanglish,  que los incorporaban como grandes y visibles invitados en sus festividades.   

No es fácil en las contiendas identificar con claridad sí se gana en condiciones de equidad y donde se impone el más hábil y quién acumula más puntos. Los fallos de los referís son bastante discutidos y parece que miran otra pelea. Existen numerosas reseñas de  despojos memorables y catastróficos  en la historia del boxeo.

Las televisoras azteca y televisa,  en el caso de acá, particularmente la segunda, que habían contribuido a aniquilarlo, están invirtiendo, patrocinando  y dedicando parte de su programación  a difundir peleas los sábados por la noche. Las peleas y batallas en el ring del rating resultan memorables.

Una porción significativa de ciudadanos a prefiere quedarse en su casita de tele-mirones y no exponer el cutis frente a la ocupación de los espacios públicos por el crimen organizado.  Es mejor observar la violencia desde la pantallita que padecerla en vivo y directo.

Julio César Chávez fue uno de los grandes campeones de ese que algunos denominan como arte de defensa y ataque. Rubén Olivares fue otro de los más recientes entre múltiples de de ellos de manufactura made in México. Ambos anduvieron involucrados en historiales turbios.  

Del segundo,  en un libro memorable del escritor Ricardo Garibay,  se consigna que se trajo a un boxeador tailandés que no correspondía al que habían anunciado de calidad indiscutible. Cómo todos son iguales de orientales nadie se daría cuenta como sucedió.

Varios de sus contendientes se cayeron a la lona en el momento adecuado para pavimentar su camino al estrellato.  Rubén era consumidor contumaz de bebidas espirituosas entre las que resaltaba el  folklórico y nacional pulque. Bebidas de los dioses bautizado  también como neutle.   

De Julio César, nombre de emperador romano,  se publicó su presunta vinculación con alguno de los carteles de la droga notables en el norte del país. Y de intervenciones turbias en contiendas que lo encumbraron.  Pocos se salvan de haber transitado por estos vericuetos sospechosistas.  

Los aficionados de guante colorado, hueso se señalaba, recordamos a los hijos de Chávez montados en su cabeza o de sus colaboradores o a su lado en las contiendas emblemáticas de su carrera pugilística. Mamaron entonces ese ambiente y muy seguramente fue definitivo para que ambos, el junior del mismo nombre y Omar, se dedicaran a esa dificultosa y trompicada profesión. 

Ese par de orgullos del nepotismo o vástagos peleoneros son parte de la columna vertebral pugilística que los aztecas de la telera mexica promocionan con singular y extenso entusiasmo. Les han puesto enfrente en el ring a enemigos a modo de dudosa calidad, algunos en franca retirada por la edad o novatos inflados,  sobre los que han triunfado con enormes dificultades y en algunas ocasiones  hasta han perdido pero nunca para los veredictos de los jueces.  

No tardan los aztecas y asociados en colocarlos, particularmente al homónimo de la estrella pugilística de antaño, en la antesala de alguno de las docenas de campeonatos del mundo de merengue y cartoncillo avalados por múltiples organismo balines y chafas.

Nada que ver con otras escasas contiendas como la de Márquez y Díaz donde los que estamos del otro lado de la pantallita tenemos que cabecear la metralla que emerge de los puños de tales gladiadores.

Se cocina una especie de revancha con el aniquilador de púgiles mexicanos, el filipino campeón indiscutible Manny Pacquiao, a quién Juan Manuel ha vencido un par de veces,  aunque los jueces han calificado exactamente lo contrario.  Prepare  guantes y protector bucal.

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